Es una idea que podrá hacerlo reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la decencia

Por: historiachiquita
13 abril, 2020
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No voy a ocultarles la emoción que sentí cuando la increíble historiadora Sara Mariana me invitó a escribir un artículo para Historia Chiquita, proyecto que no pasa día sin que siga en sus redes, aplauda o recomiende a mis amigos. Originalmente iba a escribir un artículo sobre la labor de gestión cultural, los retos, los obstáculos, los beneficios, las diferencias de practicar la profesión en México o en distintos lugares, y que les platicara sobre las muy dulces mieles con las que esta profesión nos recompensa (que sí las hay, créanme).

Comencé a garabatear sobre diversos temas relacionados a la gestión cultural, a la promoción de obra artística y de sus autores, sobre el valor artístico, histórico y cultural de algunos inmuebles, sobre la búsqueda de generar emoción por regresar a los museos y espacios culturales cuando la contingencia acabe, pero tengo que admitir que estoy bloqueado.

Llevo varios días intentando escribir este artículo y lamento decirles que por más que intento exprimir hasta la última gota de tinta de mi cerebro, estoy totalmente seco. No solamente estoy seco, tengo que admitir que me siento angustiado y triste.

Platicando con varias personas, me doy cuenta de que esta sensación no es personal, y que no soy el único que se siente así, ya que todos estamos experimentando alguna forma de tristeza, depresión o nostalgia. Nos enfrentamos a una difícil realidad que hasta hace pocas semanas aún considerábamos ficticia y para la que nadie se encontraba preparado. Nunca nadie lo está.

Fue en un lapso de tiempo muy corto y muy extraño en el que nos ocupábamos de nuestra rutina diaria mientras escuchábamos rumores de que en China había altas cifras de contagio de un virus causante de una enfermedad muy agresiva para las vías respiratorias. De repente, nos enteramos que el virus ya causaba estragos en España e Italia, y de su inminente llegada a Estados Unidos. Las recomendaciones de “no se saluden de mano ni de beso”, “manténganse a metro y medio de distancia” y “lávate constantemente las manos” dejaban de escucharse ridículas y los artículos para desinfectar las manos ya escaseaban en las tiendas. Y de un día para el otro, (que yo marco mi cumpleaños, el 18 de marzo, como día de inicio de la contingencia en México) nos encontrábamos en situación de emergencia nacional, se decretó la cuarentena para todos, y perdimos algo tan normal como el contacto humano. Nunca sabemos ni apreciamos lo valioso que es esto hasta que lo perdemos, y esta pérdida nunca nos deja de sorprender.

Por eso, aconsejado por la Directora del Museo de Bellas Artes de Toluca – persona que me enorgullezco de presentar como maestra y gran amiga – que desde diciembre presenta la maravillosa exposición Pluralidad, Obras selectas de la Secretaría de Hacienda, me serví un tequila y empecé a escribir sobre lo que se me diera la gana.[1]

Intenté empezar este artículo de mil formas, quería empezar utilizando una frase específica del ahora y siempre tan actual libro, La Peste de Albert Camus, pero rápidamente deseché la idea por considerar la cita larga, poco esperanzadora y que lograría estrenarme en este blog como un individuo pesado y pretencioso. Pero debo decirles que ante una situación como la que estamos viviendo, Albert Camus entendía nuestra condición humana y siempre tuvo razón. Tuvo razón en 1942 al publicar El Mito de Sísifo y El Extranjero, tuvo razón en 1947 cuando terminó de escribir y publicó La Peste, y tuvo razón al constantemente defender sus posturas a favor de la tolerancia política, la libertad de los individuos, del diálogo y de los derechos civiles ante la amenaza de los regímenes políticos dictatoriales y autoritarios que cobraban fuerza al concluir la Segunda Guerra Mundial.

La Peste es una de las novelas más importantes publicadas tras concluir la Segunda Guerra Mundial, y cuenta la historia, a través de los ojos del Doctor Bernard Rieux, sobre una enfermedad que, descontroladamente se esparce entre animales y humanos, diezmando la mitad de la población de una ciudad moderna. Albert Camus utiliza el contagio y la enfermedad como una metáfora para representar nuestra realidad, así como nuestro distanciamiento y apatía de lo realmente importante en nuestras vidas.

Normalmente asumimos que somos poderosos e invencibles seres con la capacidad de conquistar y dominar todo lo que exista en la naturaleza, sujeta a nuestra voluntad. Esta forma de pensar provoca insensibilidad, falta de compasión, tendencias a juzgar cruelmente basados en morales deficientes, y un excesivo interés por los bienes y placeres fugaces y materiales. Ante un inminente peligro que pueda, instantáneamente borrar todo sentido a nuestra vida, los humanos comenzamos a recordar las cosas que son realmente importantes.

Esta parece ser una historia especialmente desesperanzadora, sin embargo es una lección de compasión y solidaridad ante la adversidad, una adversidad que hoy todos compartimos.

En el libro de La Peste, Camus describe a los habitantes de la ciudad argelina de Orán, la más común de las ciudades, como “compatriotas que trabajan mucho, pero con el objetivo de enriquecerse. Sobre todo están interesados por el comercio, y se ocupan principalmente, según sus propias palabras, de hacer negocios”[2].

Esto nos suena cruelmente familiar pues, sabemos y admitimos que nuestra realidad está condicionada a seguir una acelerada rutina, dictada por nuestra actividad como productores de bienes y servicios, y acumuladores de bienes materiales. Reconocemos que las actividades de ocio y esparcimiento son consideradas sanas, siempre y cuando no nos distraigan de nuestra eficiencia. Y no debemos culparnos por eso. Es la realidad que conocemos y a la que estamos habituados. Es por este ritmo y motivaciones que, cuando sucede un evento de esta magnitud, nuestro frenético ritmo de vida se pausa, y llenos de incertidumbre recordamos la fragilidad de nuestras vidas. En este caso, la decisión más sabia ha sido resguardarnos en nuestras casas, a sana distancia de todos y de todo, refugiándonos de un enemigo común e imparcial que no podemos calificar como cruel y malvado, pues no actúa maliciosamente. El virus funciona lógicamente de la forma en que la biología lo diseñó, volviendo nuestro enojo e impotencia hacia este más complicados de entender y sobrellevar.

Es interesante la diferente carga de sensaciones que esta situación ha causado en nosotros. No podemos calificarla como pánico, pues éste se manifiesta cuando nos encontramos ante una situación de peligro evidente, inmediato e inminente. Es, más bien, una sensación de angustia, paranoia, parálisis, estancamiento, hartazgo y mucho tedio.

En este exilio autoimpuesto, en el que temiendo por nuestra salud y la de los nuestros, vemos cada vez más lejano e incierto el regreso a nuestra normalidad, y comenzamos a meditar sobre la naturaleza del tiempo. Esto logra que dirijamos nuestra atención a lo que realmente nos importa.

Pregunta: ¿Qué hacer para no perder el tiempo? Respuesta: Sentir el tiempo en toda su lentitud[3].

Cuando llegamos a este punto, sentimos una intensa sed, no sabemos muy bien de qué, pero que en nuestra distracción, comprendemos casi por epifanía que se ve saciada a través de nuestra experiencia ante la cultura y las artes, su contemplación, consumo, disfrute y práctica.

Recientemente escuchaba una videoconferencia titulada La creación cultural y la creación artística en tiempos de crisis organizada por la Dirección General de Patrimonio y Servicios Culturales de la Secretaría de Cultura del Estado de México. Esta videoconferencia reunió a diversos expertos en la materia cultural para que expusieran sus preocupaciones, opiniones y previsiones futuras, desde el contexto impuesto por la contingencia sanitaria causada por el COVID-19.

Es evidente que existe inseguridad, miedo y mucha incertidumbre ante nuestro presente y futuro cercano, no obstante es muy alentador escuchar a diversos expertos en la materia afirmar con unanimidad lo siguiente:

La historia nos demuestra que, en nuestros momentos más complicados, el arte y la cultura son un paliativo para aliviar nuestro dolor.

Los gestores y artistas sienten que este es un momento que no debe desperdiciarse. Presentimos que finalmente existe el tiempo para escribir la próxima gran novela latinoamericana. Debemos tomar la situación con calma y meditar exactamente cuál es la función, propósito y responsabilidad de los artistas y gestores culturales. Asimismo, la cultura y las artes evolucionan de acuerdo a las condiciones y necesidades de su público. Esta vez no será distinto, pues tenemos la responsabilidad y compromiso de lograrlo.

Tenemos la proliferación y diversificación de herramientas para alcanzar nuestras metas. Tenemos al mundo al alcance de nuestros dedos. Las redes sociales nos siguen impresionando y demostrando su alcance y su capacidad de volver cualquier cosa viral (término adecuado, pero de mal gusto en estos días). Tengo que admitir que, como muchos de ustedes, aún soy tímido y novato en las redes sociales, pero tendremos que olvidar ese miedo y comenzar a conectarnos con más personas a través de las herramientas y facilidades que se nos están concediendo. Es nuestra responsabilidad como gestores culturales.

Como explicaba hace unos párrafos, sí, me he sentido triste y angustiado ante la situación, y sé que muchos de ustedes también. Seguramente sienten la responsabilidad y presión de que deberían ser más productivos con su tiempo, deberían trabajar de forma más eficiente, ser más creativos y aprovechar esta oportunidad para trabajar en algo grande.

A pesar de ello, es recomendable ocuparnos por mantener nuestro bienestar físico y mental. Las condiciones no son idóneas para concentrarnos totalmente. Nos encontramos ante una muy difícil situación, que nos exige, sobre todo, ser más humanos y a actuar con mayor compasión.

Nadie espera lo imposible de ustedes, lo que esperamos de ustedes es su salud, calma, bienestar y que podamos volver a encontrarnos cuando todo esto pase.

Por lo pronto ¿qué podemos hacer en estos momentos?

  • Disfruten el aquí y ahora. Ya sea leer su libro favorito, admirar una obra de arte, escuchar y tocar música, dibujar, leer cuentos a sus niños, o disfrutar una buena plática, comida y una copa con las personas con quienes comparten estos momentos. Vuelvan cada una de estas actividades una experiencia memorable e irrepetible.
  • Platiquen con las personas con quienes comparten su vivienda, llamen a sus familiares, escriban a sus amigos, sean amables con las personas que, por sus actividades no puedan resguardarse en sus casas, y agradezcan y apoyen a los equipos médicos que se sacrifican día a día por nosotros. Estas pequeñas acciones que demuestran compasión, humildad y dignidad realmente nos mantienen unidos.
  • Es nuestro turno de escuchar con atención y acatar las instrucciones que nos brindan personas cuyo liderazgo y profesionalización se basa en sus estudios, sabiduría y experiencia.
  • Seamos cautelosos con las diversas opiniones, noticias falsas, remedios caseros, juegos políticos y profecías fatales que surgen de forma irresponsable en los medios y evitar difundir información falsa que pueda generar una respuesta inadecuada entre nosotros.
  • Lávense las manos y quédense en casa.

[1] Sí, tenía que hacer el anuncio y animarlos a que cuando regresemos a un momento similar a la normalidad que conocíamos, me permitan recibirlos con un fuerte abrazo en las puertas del Museo, y me acompañen a conocer la maravillosa exposición.

[2] Camus, A. (1942). La Peste (2016, Año de la 1era edición). pp. 23. México, Ediciones Mirlo.

[3] Camus, A. (1942). La Peste (2016, Año de la 1era edición). pp. 42. México, Ediciones Mirlo.